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Escrito por el Jun 13, 2013 en liturgia de las horas | 0 comentarios| etiquetas: amistad, construcción de uno mismo, felicidad, hacerse mayor, lo más importante de la vida, perspectiva

los días son para ser felices

Cuando era adolescente tuve, como casi toda criatura en proceso de espabilación, uno de esos amores no correspondidos, o no correspondidos en la medida suficiente, que te hacen sufrir tanto cuando piensas que el mundo no va a ir mucho más lejos de donde estás.

En uno de los momentos dramáticos de esa historia, la hermana del chico en cuestión, que era unos años mayor que yo, me invitó a pasar con ella fuera un fin de semana.

La primera noche, supongo que mientras yo las seguía arrastrando los pies, inconsolable como un alma en pena, pasé un rato charlando con ella y con una de sus mejores amigas.

Mi amiga era un estilo de mujer que no tenía nada que ver con el de aquella amiga suya con la que compartía habitación, una rubia despampanante con abrigo de piel (auténtico) y bolso de Loewe, que añadía a tales abalorios, para mi perplejidad, una sonrisa sincera de oreja a oreja.

No recuerdo las palabras exactas, pero la chica me vino a decir con total generosidad y autenticidad que adónde esperaba ir yo con aquella cara a mi edad de pimpollito.

Vaya, que mandara aquella tristeza tan novelesca amistosamente al carajo y me preocupara de mis cosas. Que me apartara de ese gusto malsano por padecer y me preocupara de arrimarme a las cosas que de verdad me ponían de buen humor y me hacían feliz.

En casa de José Luis y Maribel

Mi amiga murió muy pocos años después, haciendo lo que de verdad más le gustaba: preocuparse por unos y por otros, hacer cosas exigentes y difíciles. Había tenido su primer hijo hacía muy poco y su madre me dijo que creía que estaba embarazada del segundo. Mi amiga tenía los mismos ojos acuáticos, misteriosos y cándidos de su madre, y hoy su hermana pequeña tiene esos mismos ojos.

Ya no recuerdo el nombre de la amiga de mi amiga, pero aquella escena en medio de la noche, su larga melena rubia y lacia de peluquería y cuanto la acompañaba, la sencillez radical de mi amiga y la aparente incongruencia de los estilos de ambas, todo eso se me ha quedado grabado como una escena de película. Mucho después, después de divorciada, etc etc, le he agradecido intensamente esa noche a mi amiga, aunque ella se había ido mucho tiempo antes.

(Me gusta pensar que esos cuadrantes temporales, a la hora de decir las cosas importantes, son intrascendentes).

Aquella jovencita rubia con pelo de toga y sonrisa espléndida me dio uno de los mejores consejos que me han dado nunca.

Esta semana mis compañeros de trabajo y yo atravesamos el inicio de una “tormenta perfecta”.

5

Nos han educado para pensar que era lícito elegir una carrera, una “vocación” que nos permitiría “realizar” nuestras potencialidades como personas a través de la vinculación social que supone un trabajo con perspectivas de ser perfeccionado. A través de los años de nuestra educación académica y también emocional, nos han permitido creer que el trabajo se convertiría en un ejercicio de enriquecimiento personal y de encuentro con el mundo. Para creer que el trabajo como alienación y esclavitud podía acabarse.

En menos de diez años, varias generaciones se han visto forzadas a digerir que esa expectativa, esa promesa de realización legítimamente ganada por las mejores comunidades de ciudadanos del mundo, en este país se ha terminado. Que en este país la mayoría de los trabajadores a cuenta de terceros vuelven a no contar como personas, a no existir como proyectos personales que pueden desplegarse haciendo coincidir su ganancia con la de la empresa que los aloja. Hemos vuelto a ser simples fichas de ajedrez que viven en un entorno ciego, pervertido y déspota.

En un caldo fiero y lesivo como éste, las cosas sencillas me parecen aún más maravillosas.

Un domingo en el Botánico

Todas estas tardes, cuando he terminado de trabajar fuera y dentro de casa y descanso un rato antes de ponerme con la cena, lo que más me apetece después de una ducha fresca y un camisón limpio es pan tostado (a ser posible del que yo he cocido) con requesón, sal y aceite de oliva.

Esas cosas sencillas conservan su potencia para hacernos sentir livianos porque nos recuerdan que podemos vivir con mucho menos, y que hay tratos que no merecen la pena. Porque los días son para ser felices.

en casa

(Aunque nos recuerdan también que si consentimos ciertas cosas, después no podemos quejarnos de que nos pasen a nosotros.)

Así que hoy, tabulé. Un plato basado en la cosecha básica de cualquier casa ligada a la tierra: granos de trigo bulgur (tabulé y bulgur son palabras que se refieren ambas a esta clase de trigo cocido y partido en los diferentes países del oriente mediterráneo) y hortalizas; las que uno tenga a mano.

Un plato antiguo, humilde, saciante, maravilloso. El bulgur hoy se encuentra en cualquier tienda bio. Son granos de trigo que ya han sido cocidos, y que después se han machacado hasta partirlos y se han vuelto a secar al sol de nuevo. Según los tamaños de los pedacitos que resultan al partir el bulgur, se clasifican en tamaños, fino, muy fino, grueso… En realidad es un alimento precocido, y por tanto está listo con sólo 15 minutos adicionales de cocción. Es muy rico en fósforo, magnesio y vitaminas, y en los apreciados glúcidos lentos que nos proporcionan energía sin machacarnos el páncreas con subidas bruscas de azúcar.

Podéis añadirle las verduras que más os gusten. A mí me gusta preparar una adaptación cruijiente del clásico hecho con tomate y menta: le añado un corazón de apio, pasas, queso fresco y rabanitos… pero en esto del fresco y crujiente, ya sabéis que lo único importante es la imaginación al poder.

En esto, y en casi todo lo demás. La imaginación nos mantiene a salvo cada día de un montón de cosas. Y es un ingrediente tan esencial para la felicidad como la sal en nuestra cocina. La imaginación otorga al mundo cada día sus dimensiones reales, lo extrae de los discursos enlatados y nos lo devuelve como si fuera nuestro, y nos permite recrearnos como si fuéramos más libres. Y el que puede imaginar, antes o después puede hacer realidad lo que imagina…

La osita

«¿Para qué son los días? Los días son el lugar donde vivimos. Se acercan, nos despiertan una y otra vez. Son para ser felices…»
Philip Larkin.

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