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Escrito por el Ago 23, 2012 en liturgia de las horas | 0 comentarios| etiquetas: despacito, mirar el cielo, vacaciones, verano, vida cíclica, viento

viento del Este, viento del Oeste

Larga visita del viento del Oeste.
Los meteorólogos dicen que desde el año 60 no se había producido una racha de Poniente como ésta.

Por la mañana me despierto en una habitación que la ausencia de brisa y el calor reconcentrado han vuelto poco hospitalaria; ando hasta la cocina, que da al Oeste, y delante de la ventana me recibe una bocanada de frescor voluptuoso y carnal.

Virgen de la Vega

El Poniente tiene un espíritu aterciopelado y sensual que no tienen los demás vientos, y a esta hora, cuando aún sopla suave y atemperado por la noche cercana, es una experiencia excitante.
Después, dentro de un par de horas, se volverá seco y ardiente y caerá sobre la casa y la plaza como una mano sofocante que no te deja respirar.

Hemos pasado días bajo el rigor extenuante del Oeste cuando de repente, en la asfixiante calma chica de la noche en nuestra terraza -por lo general territorio apasionando del viento de Levante- el viento vira y una ráfaga de aire del Este entra y lo inunda todo, haciéndonos levantar la cabeza asombrados, con ojos de incrédulo alivio, anunciándose tan claramente como si hubiera hecho sonar un cimbreo de cascabeles.

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Mi propia piel me dice que el Levante ha vuelto para quedarse; con su cadencia vital y vigorosa se adueña de los toldos y vuelve a batir la casa entera, esparciéndose por las habitaciones, hinchando las cortinas y soplando bajo mi camisón, que se despliega alrededor de mis piernas como una corola de campánula.

Esta noche de nuevo nos acostaremos con él, y mientras nos quedamos dormidos lo sentiremos corretear sobre nosotros, como una suave criatura de pies frescos.

Los últimos años he aprendido a medir el tiempo mirando el cielo; quizá es algo que sabía hacer de niña y después olvidé, supongo que cuando elegí ponerme un reloj.
Ahora hace más de veinte años que ya no llevo reloj; es verdad que casi siempre puedo calcular la hora que es sin irme más de quince minutos, pero lo que más me gusta es que he vuelto a aprender a reconocer las horas por los cambios de la luz, y la transición de las estaciones por los cambios de los vientos y del sol.

Denia. Las Rotas

También eso forma parte de esa especie de zen que me interesa tanto y del que la cocina forma parte: mejor mirar al cielo que a un reloj. Y mejor despacio que deprisa.

Mejor recuperar la viveza de los sentidos que acostumbrarlos a funcionar con muletas.

Mejor pulirlos y convocarlos a todas horas para que nos permitan penetrar en el corazón de las cosas.

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Ahora a menudo cierro los ojos.
Con los ojos cerrados, me concentro en lo que me dicen los otros sentidos, tan maltratados por nuestras comunidades saturadas de imágenes.
Toco las cosas con los ojos cerrados, las recorro despacio; meto las manos debajo del agua del grifo y dejo que toda esa corriente de sensaciones, que ahora, con los ojos cerrados, sí escucho, se deposite sobre mi.
Respiro despacio y huelo.
Y noto como toda esa riqueza que ahora sí me llega me va saciando.
Somos piel tanto como mente o espíritu, pero tendemos a hacerle pasar mucha sed…

Esos mismos sentidos, capaces de hacernos tanta compañía, de proporcionarnos tanta orientación certera y tanto placer, cuando están bien aceitados, nos muestran cómo una estación alumbra a la siguiente en su interior, cómo el nuevo clima va abriéndose paso en las entrañas de la estación reinante, igual que un fruto que al secarse se abre y enseña las semillas que contiene.
¿No lo notáis, no sentís cómo el otoño está formándose de nuevo en la profundidad del verano?

Cala Pi

Olisquear el viento: han pasado dos meses desde el solsticio, las tardes acortan y el sol ya no se levanta antes de las siete… Todo se mueve… A menudo no sabemos verlo, pero a nuestro alrededor todo se mueve, como las corrientes se entrecruzan en el lecho de un torrente joven.

Tavira. Algarve. Portugal

Así que hoy, una receta de melón que me gusta mucho. La encontré en un Marie Claire Idées de allá por los 90, y allí le llamaban Melon Fantaisie. ¿A que suena bonito? Cuando tenía nueve, diez años, solía preparar este postre (sin la infusión!) para recibir a mis padres el día que volvían de su viaje a solas en verano (qué sería de los padres exploradores sin las sufridas abuelitas).

El melón, dulce, opulento, uno de esos frutos que concentran la esencia del verano y que acabará su estación con él, así que tendremos tiempo de añorarlo durante el invierno… Comprad un buen melón y meteros un pedazo en la boca con los ojos cerrados…

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