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Escrito por el Dic 24, 2018 en liturgia de las horas | 0 comentarios| etiquetas: gran mundo, lo más importante de la vida, misterio, perspectiva, significado, solsticio, universo

el plano general

· un pequeño punto azul  ·

 

Ha llevado 13,7 billones de años que los átomos se unieran para formar el portal del Universo que es mi yo físico. Puedo ver la unidad de todo. Y no sé qué es «yo». Solo me siento parte de ese todo. Y siento una gratitud tan profunda por poder contemplar el universo con esta mirada consciente, de poder verme a mí misma como parte del universo.

Natalie Batalha, astrofísica de la NASA

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La vida es un espectáculo magnífico, pero tenemos malos asientos y no entendemos lo que estamos presenciando.

Georges Clemenceau

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A veces me parece que diseñamos nuestra vida para que el misterio no pueda colarse a su través.

Nuestra ajetreada vida de ida y vuelta al trabajo, de niños, coles y extraescolares, de supermercados y compras, de bares y salidas con amigos, de catálogo de viajes, de cotilleos y postureos varios, de pelar al vecino y procurar que nadie te pise el espacio que tanto te ha costado vallar para ti misma, de Netflix y redes sociales.

Todo esto en lo que nos sumergimos a conciencia cada día con visión de túnel, como si la forma del mundo en que vivimos coincidiera exactamente con la de nuestro pequeño mundo.

Esa vida hiperocupada forma un cedazo tan tupido a nuestro alrededor que nos encapsula en una burbuja a prueba de misterio.

En realidad creo que eso nos pasa, al menos en parte, porque nos ha ido muy bien como especie. Son los daños colaterales: el grado de sofisticación de nuestra civilización la ha vuelto tan extremadamente envolvente, tan imprescindible, que ha conseguido recrear para nosotros un mundo completo dentro del gran mundo.

Tampoco el sentido común nos ayuda. Como decía Carl Sagan, nada nos blinda más contra la percepción del misterio que nuestro sentido común, hecho a medida de unas escalas (mm, kilómetros, años) que se vuelven inútiles cuando se trata de describir todo lo que hubo antes de nosotros y todo lo que hay ahí fuera.

Vivimos dentro del gran mundo sin apenas reparar en él, como dentro de una isla aislada en el medio del mar apenas se percibe el continente.

Absolutamente centrados en nuestro pequeño mundo: nuestro pequeño planeta, nuestra pequeño país, nuestra pequeña comunidad. Nuestro primerísimo primer plano.

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Hemos conseguido tanta seguridad, una ventaja evolutiva tan grande, al conseguir vivir a salvo cobijados dentro de nuestra isla, que nos resulta fácil olvidar que los límites de nuestra isla no son los límites del mundo.

Que nuestro paisaje diario no es la realidad.

Que el universo, y su misterio, rodean por todos sus lados nuestra confortable y solvente isla de fabricación propia.

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Sin embargo, alguna vez nos arriesgamos, voluntariamente o por azar, a ponernos a tiro del misterio.

Y entonces, por un instante deslumbrante, vemos nuestra vida de otra forma.

Nos parece, inmediatamente, que hemos equivocado nuestras coordenadas y que deberíamos estar viviéndola de otra forma.

Esa visión desde la altura nos entrega un secreto, un copito de luz.

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Como esa gente que regresa de haber estado unos segundos en la muerte diciendo que han visto la vida desde el otro lado y que ya nunca podrán vivir como antes.
Que todo su mundo antiguo se ha dado la vuelta y que han “releído” su vida a la luz de lo que han sentido y “visto” en el otro lado.

Ha cambiado su perspectiva de actores, que están dentro de la escena, por la perspectiva del director, que mira la obra desde la distancia de fuera de la escena.
Se han traído del otro lado una especia de revelación luminosa: una fotografía del plano general, de nuestro lugar dentro del gran mundo.

Pero nos dura poco: enseguida volvemos a entrar corriendo en la islita dejando todas las barreras bien cerradas.
Enseguida se nos olvida todo.

Porque es verdad que esa visión del plano general, del gran mundo, nos hipnotiza y nos llama con un eco de pertenencia.

Pero también nos resulta inquietante, incómoda.
Está llena de cosas de que no entendemos, que no sabemos, que no controlamos. De incertidumbre. De sensaciones amenazantes.

Nos hace recordar lo pequeños que somos.

Nuestra pequeña vida está minuciosamente planeada para hacernos olvidar esa pequeñez. Para hacernos sentir reyes de algo, dueños de algo.

Nuestra pequeña vida confortable, lisa como una carretera y premeditamente abarrotada de cosas, gobernada por un horror vacui existencial, nos hace sentir que todo eso que aturde y da miedo en realidad no está ahí fuera latiendo como un inmenso corazón desconocido, sino que es una especie de peli que uno puede ver los sábados por la noche.

Luego vuelve uno a su casa, y la peli se queda guardada en la cabina del cine. Porque uno elige creer que la verdadera realidad es la pequeña realidad del primer plano, de la vida de uno. Lo otro como que nos queda muy lejos.

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Hoy es el Solsticio de Invierno, una de esas fechas mágicas que jalonan el año astronómico y que podemos vivir como grietas que se abren en nuestro cedazo cotidiano y a través de las cuales se filtra el misterio del universo –el embrujo, el cosquilleo y las mariposas en el estómago del gran mundo.

Es una hermosa cita para esta noche, la noche en que el germen de la primavera cascabelea de nuevo en lo más profundo del mullido corazón de tierra del invierno.

Salir al cielo abierto, colocarse bajo las estrellas y dentro de la estela de la luna llena de diciembre, con la decidida intención de renunciar a lo sabido, a la astuta reducción del mundo que practicamos cada día como ritual de apaciguamiento.

De permitir que el misterio se cuele en nuestra vida y encienda nuestra piel con chispas de infinito.
Con el firme deseo de ser bañado por los copos de luz de las estrellas, que titilan el mismo código morse con el que está escrito el universo.

Ese universo que nos aturde y a la vez nos recuerda que podemos diseñar nuestra vida para armonizarla con ese “algo más” que percibimos claramente cuando nos dejamos mojar por el misterio.

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Ese prodigio en marcha que entonces percibimos, ese viaje fabuloso, nos susurra una historia sobre nosotros mismos que no es la misma que nos contamos en nuestra pequeña vida vivida en nuestro corralito a prueba de vértigos, en nuestra confortable burbujita desde donde apenas vemos el cielo ni sentimos el movimiento de los astros sobre nuestras cabezas.

De vez en cuando al menos, podemos retirarnos nuestras voluntarias orejeras de mula y hacer de astronautas, mirar a la Tierra desde el Apollo 8.

Porque la historia está ahí, la música está ahí, y en noches como ésta podemos recordarlo y salir a escucharla.

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Feliz solsticio.

Feliz celebración del Pleno Invierno, de otro invierno cumplido y navegado.

Feliz celebración del triunfo del Sol, que regresará desde hoy un poco más cada día a nuestros días.

Feliz celebración del eterno retorno de la vida.

 

Feliz celebración del primer bostezo de la primavera.
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Paisaje · embalse de Balagueras, Rubielos de Mora; viñas al amanecer en San Gimignano, Toscana; bosque y horizonte en Porta Coeli, Serra, La Calderona. Otoño de 2018.

«El Universo nada menos está contigo. Y conmigo. Y no hay nadie más…» Ramón J. Sender. La mirada inmóvil.

«Es un momento crítico en la historia del mundo … Somos los representantes del cosmos; somos un ejemplo de lo que pueden hacer los átomos de hidrógeno después de quince mil millones de años de evolución cósmica. Y estas preguntas resuenan en nosotros… Comenzamos con el origen de cada ser humano, y luego el origen de nuestra comunidad, nuestra nación, la especie humana, quiénes fueron nuestros antepasados y luego el enigma del origen de la vida. Y las preguntas: ¿de dónde proceden la Tierra y el Sistema Solar? ¿De dónde vienen las galaxias?

Cada una de esas preguntas es profunda y significativa. Son la sustancia del folklore, el mito, la superstición y la religión en todas las culturas humanas. Pero por primera vez estamos a punto de responder a muchas de ellos. No quiero sugerir que tengamos las respuestas finales; vivimos bañados en misterio y confusión sobre muchos temas, y creo que ése siempre será nuestro destino. El universo siempre será mucho más rico que nuestra capacidad para entenderlo.»

Carl Sagan en entrevista con Jonathan Cott

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La Tierra vista como un “pequeño punto azul” flotando en un espacio inmenso y prácticamente vacío, fotografiada por el Voyager 1 (NASA/JPL)

 

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«…would that we could wake up to what we were
— when we were ocean and before that

to when sky was earth, and animal was energy, and rock was
liquid and stars were space and space was not

at all — nothing

before we came to believe humans were so important
before this awful loneliness.

Ojalá pudiéramos despertar a lo que éramos.
–cuando éramos océano y antes de eso.

a cuando el cielo era tierra, y el animal era energía, y la roca era
líquido y las estrellas eran espacio y el espacio no era nada

en absoluto – nada

antes de llegar a creer que los humanos eran tan importantes
antes de esta horrible soledad.»

Marie Howe, Singularity

«Cuando tratamos de mirar algo en sí mismo, lo encontramos ligado a todo lo demás en el universo. Uno tiene la sensación de que un corazón como el nuestro debe estar latiendo en cada cristal y célula, y tenemos ganas de detenernos para hablar con las plantas y los animales como amigables compañeros de escalada. La naturaleza como poeta, como trabajadora entusiasta, se hace más y más visible a medida que avanzamos más y más; porque las montañas son nacimientos, lugares iniciales, pero están relacionadas con orígenes que están mucho más allá de nuestros límites mortales.

Ningún dogma enseñado por la civilización actual parece constituir un obstáculo tan insuperable en el camino de una correcta comprensión de las relaciones que la cultura sostiene con la naturaleza como el que considera que el mundo está hecho especialmente para uso del hombre. Cada animal, planta y cristal lo contradicen en los términos más simples. Sin embargo, se sigue enseñando de siglo en siglo como algo siempre nuevo y precioso, y la oscuridad resultante permite que no se haga frente a tamaño engreimiento.

Esta estrella, nuestra propia, buena Tierra, realizó muchos viajes triunfantes alrededor de los cielos antes de que el hombre fuera creado, y reinos enteros de criaturas disfrutaron de la existencia y volvieron al polvo antes de que el hombre apareciera para reclamarlos. Después de que los seres humanos también hayan desempeñado su papel en el plan de la Creación, también ellos pueden desaparecer sin ningún tipo de devastación llameante o conmoción extraordinaria.»

John Muir, Nature Writings

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«Viste la Tierra por primera vez como una pequeña bola azul flotando en el espacio. Comprendiste que había otros mundos similares muy lejanos, de diferente tamaño, diferente color y constitución. Te diste cuenta de que nuestro planeta era solo uno más dentro de una multitud. Creo esa perspectiva cósmica nos ofrece dos beneficios aparentemente contradictorios pero muy potentes: el sentido de nuestro planeta como uno más entre muchos, y el sentido de nuestro planeta como un lugar cuyo destino depende de nosotros.»

Carl Sagan en entrevista con Jonathan Cotte

 

 

Earthrise, amanecer en la Tierra, 24 de diciembre de 1968, fotografía tomada por los astronautas del Apollo 8.

 

 

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