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Escrito por el Jun 12, 2014 en liturgia de las horas | 0 comentarios| etiquetas: el verano-verano, solsticio, verano, verano dorado

galope de solsticio

Los días que preceden al solsticio.

Las personas sensibles al clima saben que se acerca por la conjunción de delicados indicios que confluyen en los largos atardeceres malvas. Ellos pueden oírlos como si fueran trinos de un pájaro recién llegado.

El calor desciende y el cielo cruje suavemente, como un barquillo deshojándose.

Vas y vienes de casa al trabajo, pero sabes que la cinta sólida que une cada momento con el siguiente se está volviendo porosa, está empapándose del olor inapresable del verano, de la música silenciosa del verano, de la vibración invisible del verano.

Hay una corriente de agua ligera deslizándose sobre esa cinta, una corriente suave y rápida, gruesos cordones cristalinos que llevan dentro la felicidad de los veranos pasados.

Las muchachas tornasoladas en la playa, el perfume a lentisco, la red de las estrellas, el agua oscura marcada con rastros de luna.
El viento en todo el cuerpo, frondas susurrantes, las noches largas que crepitan. Besos largos como una estación, pestañas cazando lentejuelas de sol.

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Estás dentro de un río y todo, todo, todo se desliza sobre el agua, como hojas levitando sobre un arroyo; todo nos alcanza en la fracción de segundo entre un momento y otro.

durante un segundo no somos quienes somos, estamos en aquel año, en aquel día, hierba recién cortada, vapor de tierra mojada por la lluvia, una vara de flor de anís en la boca, una piscina azul en la que ondulan copos de luz dorada.

el agua llega, te alcanza, te cabalga
te vacía, te voltea
es fresca, tiene el tacto de una piel de mujer, huele a cabellos mojados y a niebla sobre el agua, a campos de brezo sembrados de rocío, a sal de acantilado

Cabo de Gata. El Playazo

sabe a piedra y a metales claros porque lleva dentro la fiera libertad que el verano esconde en sus bolsillos
oímos su latido retumbar en nuestros oídos como huellas de truenos
el latido nos guía como una ristra de farolas en la noche

el agua te alcanza y ya no estás aquí

y luego vuelves
con una imperceptible sacudida de cabeza
vuelves, abres mucho los ojos y aquí estás, en tu casa del día a día, fuera del río

pero has estado allí.

la cinta está mojada.

has estado allí.

y el allí vuelve, vuelve, viene, se acerca…

Su divina majestad el verano, receptáculo privilegiado de nuestros más locos deseos de vida extraordinaria, ha empezado su viaje a caballo del solsticio hacia nosotros…

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