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Escrito por el Nov 20, 2013 en liturgia de las horas | 0 comentarios| etiquetas: desconsuelo, llorar, tristeza

lloronas

A veces pienso que hay una edad para volverse eso. Una llorona.
Que es justo lo contrario que una niña, una muchachita o una mujer llorona. Es importante saber eso.

La llorona es una categoría espiritual. Nada que ver con la flojura, la blandura, la fragilidad.

La llorona es dura como una piedra pero le caen los lagrimones a pares cuando mira al mundo como es.

Ser llorona es un privilegio. Lo tenemos las mujeres que hemos cumplido los cincuenta sin dejar de ser niñas.
Y somos tantas…

Luego nos pasa que vemos cosas, cosas simples, un gatito asomado a un agujero de una casa en ruinas al que alguien ha dado de comer, un nene que le da un beso a otro, una chiquilla que le arrea un morreo a un chaval en mitad de una calle, una tendera que te sonríe al entrar, un café que parece un nido, tu hermana que te dice que te quiere, tus niños que te achuchan por la noche y te buscan para un abrazo, un perro que corre cojeando con el mismo entusiasmo que podría meterle a la faena si no cojeara, la nieve que cae esta mañana sobre un tejado de tejas antiguas mientras un rayo de sol se cuela entre dos nubes azules, y se nos llenan los ojos de lágrimas…

en casa
Sé que a veces nos preguntamos si nos hemos vuelto terriblemente sentimentales con la edad, como si nuestra cáscara, la que todos segregamos con los años, se hubiera ablandado con los ácidos del amor y de la verdad de las cosas…
Pero no.

No es por eso que se nos llenan los ojos de lágrimas un par de veces al día sin venir a cuento.
Es justo por todo lo contrario.

Hemos llegado a ese puerto donde tenemos la edad suficiente para haber cargado dentro del corazón la parte miserable y desgarradora del mundo.
Y la hemos cargado en silencio y con el mismo movimiento de muñeca con el que que cargábamos la belleza, la ternura, la pasión, la bondad de raíz, las cosas extraordinarias. Sabemos mejor que nadie que no podemos separar unas de otras.
Que la vida es eso.
Hoy te raja y sangras. Mañana te acaricia: floreces.
Has aprendido de qué lado debes estar.
Sonríes cada vez más. Pero lloras cada vez más.

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Porque hace frío. Mucho frío.
Pero en este monte frío, aquí y allá, nacen, igual que en el cuento de La reina de las nieves, impulsadas por la terrible pureza del corazón que ni se protege ni se rinde, rosas.

Sonreíd y llorad a gusto, vosotras, majestuosas reinas de las rosas (y algunos reyes, sí, sí) que bailáis en la mitad del torbellino de la vida.

Después de los niños pequeños, sois el carbón más potente del corazón del mundo.
Otros más fuertes ararán los campos, pero hoy tengo ganas de escribir que todas las semillas vendrán de vuestra parte…

«Ai de mi llorona, llorona…llorona, llévame al río… tápame con tu reboso llorona porque me muero de frío…»
[Chavela Vargas]

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