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Escrito por el Dic 24, 2019 en liturgia de las horas | 4 comentarios| etiquetas: construcción de uno mismo, generosidad, gratitud, hacer la Navidad, Navidad

los constructores

El amor como algo que se funda.

La fundación del amor.

El amor como algo que se levanta.

Como un juego de bloques de madera.

 

El amor como colmena. Compuesto de celdillas.

Los constructores.

Tener la suerte de una larga lista de constructores.

Cada celdilla lleva un nombre, los nombres de los constructores.

 

Los constructores tienen las herramientas del oficio, que es emocional: cemento, paleta, llana, piedra, ladrillo. Imaginación, generosidad, intuición, visión, persistencia. Cosas que encolumnan y sujetan. Cosas que reparan y rehacen. Cosas que arrejuntan. Cosas que descubren espacios nuevos. Cosas que rehabilitan.

Los constructores son también hortelanos, porque entregan semillas, siembran cosas, entregan cosas en primicia: cosas que no has hecho nada para merecer. No son cosas a las que tú has correspondido ni vas a corresponder.

Son regalos iniciadores, provocaciones amorosas, cosas que parten de su generosidad radical, de su amor jardinero.

Cosas inesperadas que te hacen ruborizar de placer, delicia y sorpresa.

Cosas que hacen no tanto por cómo eres tú, sino por cómo son ellos.

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Con noviembre llegan grandes cestos llenos de brezo rosa recogido en la sierra. Él para con el coche en mi esquina, me los sube. Cada otoño. Durante muchos años. El constructor es mi padre.

Durante casi 20 años, el día de Año Nuevo me he levantado con ganas de cielo azul sabiendo que cuando llegara a su casa en la sierra, estaría encendida la chimenea, la casa olería a humo fragante y a fuego de leña y habría dos enormes cazuelas de barro de arroz al horno anegadas de caldo hirviendo.

La mesita junto a la chimenea, donde niños y mayores estábamos bien arrejuntaitos dejados caer en los sofás, iba acomodando pilas de cervezas vacías, botellas de vino mediadas, huesos de aceitunas de Kalamata, pieles de altramuces, fuentes vacías de calamares rebozados. De postre habría polos almendrados (el 1 de enero!!) y chupitos de limoncello, y luego mucho café, expreso, largo, americano, café de todas clases para todos.

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Café para una sobremesa larga llena de niños que durante muchos de esos años aún eran pequeños. Risas y juegos de niños, la ternura de los momentos que se comparten con la consciencia de que son especiales y de que un día, un día que siempre llega antes de lo que te imaginas, los vas a echar de menos.

Durante esos mismos 20 años mi padre se ha ido dejando caer por mis territorios cargado con bolsitas de cosas amorosas: filetes de sardinas limpios comprados en «Los malagueños», aceitunas gordales y cebollitas rojas en vinagre, o en otoño chíncholes y granadas. Siempre ha sido profundamente generoso. Nunca te has ido de su casa sin una lata o una botella de lo que fuera. Cualquiera de las cosas estupendas que acababa de descubrir y por las que se había entusiasmado: siempre se ha acordado y mientras disfrutaba comprando la suya ha comprado otra para ti.

Siempre había una foto que había revelado para ti, una receta que te había escrito, una ruedita de cortar masa que había comprado en la calle de las cestas o una tabla de madera de olivo. Siempre estaba «al otro lado de la línea». Siempre, cada vez que has abierto la boca para pedir algo, te ha respondido con un dos por uno.

La lista de gemas incrustadas por mi padre entre los ladrillitos de mis paredes es larga.

Hace 40 años, el domingo de Pascua hay que abrir un pequeño regalo que viene envuelto en un modesto papel de seda; dentro hay un pañuelito para atarlo al cuello, con dibujos de pajaritos, flores, guirnaldas o niños jugando. La constructora es mi abuela Marita.

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En verano hay cazuelas de migas con uva mientras ella suda el calor de la cocina en el mediodía agosto; hay buñuelos de sémola y berenjenas fritas. Hay arroz a banda con perejil y ajo. Hay besitos dulces y una cara cogida entre sus manos, que tienen el tacto de la cera.

Hay cartas que llegan a mi casa de Sevilla, mi primera casa y un lugar de mucha soledad y muchos deslumbramientos. Hay una llamada cada jueves noche. Hay una caja roja de Nestlé reutilizada llena de pastelitos de boniato cada Navidad.

Y luego podría venir Carmen, la costurera, que cose algo para mis muñecas con cada retalito que le sobra de hacer vestidos y cortinas. Sabe que las adoro. Sabanitas, colchas, arrullos, toallas festoneadas. ¿Podrá su energía, allí donde se encuentre, sentir mi gratitud?

La tía Carmen, hermana de mi abuela Lola, que está en la foto de aquí abajo con su marido Federico y como nosotros de pequeños en el chalet azul, regala rosas a mi madre cada día de San Fernando. Aunque no tenía por qué, cada año acompaña esa gran cesta llena de gladiolos, rosas y calas con un pequeño ramo de rosas Chrysler, de tallo corto, suntuosas y extraordinariamente perfumadas. Un año y otro me derrito de sorpresa y placer con aquel ramo.

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Y la lista sigue. Cuando era una adolescente que no encontraba tribu y me sentía por dentro como una masa informe de blandiblub, una de mis profesoras de BUP contestaba a mis cartas -cartas chorreantes de energía obstruida- propinándome empujoncitos animosos hacia el futuro. También se llamaba Carmen, tenía piel de melocotón y labios siempre rojos y yo la imaginaba escribiendo aquellas cartas hermosas sentada en su casa, el reino de una reina con aura, con su pluma estilográfica cargada con tinta azul pavo real y sus dedos de impecable manicura rojo Coca Cola.

Estos constructores son sólo los que dibujan mis inicios. Hay tantos después. Tantos amigos, tanta gente buena, tanta gente extraordinaria.

Raspo la superficie de mi vida para levantar uno por uno esos fragmentos de tiempo y me doy cuenta de cuántas cosas debo haber olvidado. Pero la sensación fundamental sigue aquí, aunque algunas celdas hayan perdido su contorno y temblequeen como espejismos en una columna de aire caliente.

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La sensación fundamental es: todas esas personas que nos han regalado una mirada amorosa en la que hemos podido asomarnos a nuestra propia, especialísima, irreductible belleza.

Las que nos han permitido saborear la felicidad de sentirse valioso: las que nos han hecho sentir preferidos, deseados, privilegiados. Las que nos han reconocido, respetado, alabado, buscado.

Las que nos han descubierto un espacio nuevo por el que andar.

Las que nos han entregado una clave que andábamos buscando.

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Las que nos han regalado su tiempo y su luz para ayudarnos a salir de pasos oscuros cuando íbamos dando traspiés y apenas levantábamos tres palmos del suelo (Calasanz, Pilar Bellés, estoy pensando en vosotras ahora).

Las que nos han revelado secretos de sus vidas para ayudarnos a dar forma a la nuestra.

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Benditos sean todos los constructores, maestros en las celdillas del amor.

Gracias a ellos, hoy somos los que somos.

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Que el espíritu naciente de la Navidad nos ayude a recibir y custodiar la llamita que nos entregaron.

Feliz Navidad para todos.

 

 

 

 

 

 

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4 Comentarios

  1. Hola Fernanda,
    (…)

    Besos. (…) (…)

    • BEEEESOOOOOOOOOS DEL DÍA DE NAVIDAD. XXX XXX XXX

  2. Qué precioso lo que escribes… ¡Feliz año!

    • Las cosas bonitas que me dices siempre son como cuando te dan un gran abrazo. MUY FELIZ AÑO ESTHER!!! Que avances ligera y cada vez con menos peso en la dirección del camino que deseas. Un GRAN abrazo.

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